martes, 27 de abril de 2010

En Honor a los sueños.

"Tengo 37 años. Y, a día de escribir estas líneas, un palmarés deportivo con doce cumbres de más de ocho mil metros. Es mucho, supongo... Pero por otro lado - ¿eso es todo? No tengo marido, ni hijos, ni una carrera profesional que me asegure una pensión cómoda.

De hecho, no tengo claro en qué estado voy a llegar a la edad de jubilación: por lo pronto, ya he perdido dos dedos por el camino.


A veces miro a mi alrededor y, contemplando las vidas de otros, me sorprende comprobar como ha transcurrido la mía. Mis amigos sonríen en las fotos de familia… En muchas de las mías tengo la cara desencajada por la altura y el sufrimiento mientras que en otras, maquillada y peinada y bajo los focos, apenas me reconozco. Gente que nunca he visto sigue mis pasos, opina sobre mis logros y fracasos, augura mi futuro, adivina mis motivos para hacer lo que hago. Y yo, mientras, boqueando de camino a la cumbre, en una pendiente inmensa y blanca... ¡A veces me siento tan sola ahí arriba!

Desde mi primera expedición a un ochomil (el Dhaulagiri en el 98, con 25 añitos), he regresado al Himalaya cada año. O, más bien, apenas he pasado temporadas en casa entre expedición y expedición, cultivando con los años una incómoda sensación de provisionalidad, de desarraigo, de vivir en un precario campo base del que no quedará rastro cuando llegue el monzón.

En esos momentos siento vértigo por los años de mi juventud, por lo que he perdido, por el torbellino de mi vida nómada. Pero luego recuerdo lo que he vivido...
El tiempo transcurrido estalla en mi memoria en forma de flashes de hielo azul, rostros curtidos, mantras de un lama, noches terribles y viento que aúlla, intensos momentos robados al destino, crujido de crampones, falta de aire, una mano enguantada que levanta el piolet en señal de triunfo, y la increíble visión del mundo a mis pies.

Esta primavera será otra más en el Himalaya, pero también será diferente. Quiero subir no una montaña, si no dos – pero pueden ser las últimas del proyecto en el que llevo tanto tiempo centrada. Annapurna y Shisha Pangma – dos puertos de ochomil metros antes de cruzar la meta. Me juego mucho. Si fracaso, confío en poder seguir intentándolo. Pero - ¿y si triunfo? Como dice el tópico, haría mi sueño realidad… Pero, y entonces, ¿qué? Ahora me doy cuenta de que los gigantes del Himalaya no me han dejado ver más allá…

Y precisamente más allá está la razón para correr hacia la meta… Una vez la cruce se abrirán otras puertas, descubriré otros caminos, surgirán otras vivencias que recordar más adelante. Quiero terminar cuanto antes mi “Desafío 14x8000”, es cierto. Porque quiero saber qué me espera luego. Porque necesito completar el círculo, cerrar una etapa que, pese al inmenso precio que me ha exigido pagar, creo absolutamente que ha merecido la pena. Y que, cuando en un futuro mire atrás, con serenidad y perspectiva, seguramente llegue a la conclusión de que estos han sido los mejores años de mi vida."

Edurne

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